martes, 1 de abril de 2014

Miamigos

Estoy moreno. Y no moreno de haber estado un día al sol y que se me haya pegado un poco no... moreno moreno. Y es que este fin de semana, nos hemos movido hacia el sur. Hemos desempolvado la ropa de verano y nos hemos dado un salto a Florida. 

Es la primera vez que visito esa parte de los Estados Unidos. Siempre había tenido curiosidad por descubrir el ambiente, la forma en que la influencia latina afecta a la vida diaria, los rascacielos que se mojan los pies en la orilla de la playa... Otro factor importante (por supuestísimo) para visitar Miami es que es el lugar de residencia de mi delegada favorita, Laura, que se encuentra por esas tierras cogiendo sol, disfrutando del buen tiempo y haciendo como que trabaja en la Oficina Comercial.

Comencemos por el principio. Salimos de Chicago el miércoles por la tarde rumbo sur. Un vuelo interno de unas 3 horas nos puso en Fort Lauderdale, que se encuentra a una media hora en coche de Miami. Merece la pena plantearse el coger un vuelo a esta ciudad, ya que por lo que hemos visto son más baratos que volar directamente a Miami. En Fort Lauderdale nos esperaba Laura para llevarnos a su casa, que es donde situamos nuestro campamento base en esta ocasión. En su piso en la planta 32 de un enorme rascacielos, nos esperaban unas vistas de infarto, unos compañeros de piso majísimos (y eso que en el master iban a clase por la tarde) y una caja enorme de cervezas.

Al día siguiente nos desplazamos para recoger el coche de alquiler. El transporte público en Miami funciona muy mal, por lo que un coche es completamente necesario para moverse. La gran mayoría de carreteras son de peaje, por lo que a lo que cueste el alquiler hay que añadir el coste de desplazamientos. A eso hay que sumar que no existe el aparcamiento gratuito, así que el transporte es bastante caro en esa zona (nosotros trampeamos un poco y dejamos el coche en los aparcamientos de un supermercado, y lo movíamos de sitio todos los días para que no se lo llevara la grúa).

Con el coche ya en nuestro poder pusimos rumbo hacia Los Cayos. Se trata de un grupo de islas en el punto más al sur de Florida que están unidas a través de una carretera. En el último cayo, Key West, se encuentra el punto más al sur de los Estados Unidos, con Cuba a tan solo 90 millas de distancia. Esta zona tiene una oferta inmensa de deportes acuáticos: esquí acuático, paseos en motos de agua, tours para ver delfines y manatíes, cruceros... Problema principal: somos pobres. Por ese motivo, tras escuchar en el Visitors Center todas las maravillosas actividades que no nos podíamos permitir, buscamos en el mapa una playa gratuita y nos fuimos allí a torrarnos al sol. Debo decir que las playas me decepcionaron un poco. Mis compañeros de viaje están en desacuerdo conmigo, a ellos las playas les parecieron bastante decentes, y lo cierto es que tienen razón. Arena blanca y unas vistas bonitas. Mi problema principal consistía en que el agua no era transparente, el fondo era fangoso (se hundía el pie hasta el tobillo al andar) y no cubría por encima de la rodilla aunque andaras kilómetros hacia adentro. Entre eso y la cantidad de gente que había... pues a mí se me aguó un poco la fiesta.

Esa noche dormimos en una cabaña en la isla de Marathon, donde vivimos una noche de historias y risas al aire libre, y al día siguiente continuamos hacia Key West. Esta zona es la más turística, y es la que mejor ambiente tiene. Puestos por todas partes, mucha gente en la calle, y la famosa tarta de limas, muy típica de la zona. Desde esta zona se ve uno de los atardeceres más bonitos del mundo, aunque por desgracia se nos echó el tiempo encima y no pudimos verlo desde alguno de los miradores que hay por allí.



Ya de vuelta en Miami, nos esperaba un fin de semana repleto de fiesta y cachondeo. Los compis de Laura (y Laura, como no) nos trataron de maravilla. El viernes fuimos a un bar donde un músico acompañaba los temazos del momento con su instrumento (era un saxo o un violín...??? NO ME ACUERDO!!). El sábado dormimos nuestra horrible resaca en la playa y  recuperamos fuerzas para la second round. Salimos por Miami Beach, donde nos llevaron a un bar de latineo moderno y me lo pasé como un enano. 

El domingo lo pasamos intentando recuperar las neuronas perdidas la noche anterior, para acabar cenando en un restaurante cubano donde pudimos probar la yuca, la ropa vieja (estilo cubano, que el estilo canario ya lo conozco) y el picadillo. Tras una sesión de mojitos y caipirinhas recogimos el campamento y nos fuimos al aeropuerto, para acabar directamente, sin pasar por la casilla de salida, el lunes por la mañana en la oficina. 

Ha sido un viaje intenso, divertido e inolvidable. Como de todas las experiencias nuevas, me quedo con los momentazos vividos, tanto con los becarios chicaguenses, como con nuestros anfitriones de Miami. Nuestra lista de destinos visitados se amplía cada vez más, y nuestras ganas de seguir conociendo el mundo no hacen más que crecer. Pronto cogeremos vuelo hacia un nuevo destino. ¿Cuál será? No creo que tarde mucho en averiguarlo.

Un abrazo!





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