El 17 de marzo es el día mundialmente conocido como St Patrick's Day o día de San Patricio. Según la tradición, se trata del día en el que San Patricio, patrón de Irlanda, murió. Es celebrado en muchos países, y entre elloas se encuentra, cómo no, Estados Unidos.
¿En qué se traduce una fiesta católica en el país más consumista del planeta? Pues por supuesto, en merchandising, bebercio, locura y vicio everywhere.
El color verde, representativo de Irlanda desde tiempos inmemoriales, tiñe pelucas, camisetas, vasos de cerveza, y en Chicago, hasta el río. Todos los bares de la ciudad se pelean por acoger a la multitud sedienta con ofertas, supuestamente especiales (cambiar la palabra especial por: teñimos la cerveza de verde con un colorante muy barato y la subimos de precio al doble o el triple, en función de lo fancy que sea la zona).
En este punto de mi historia no creo que pueda engañar a nadie. Me gusta la fiesta más que a un tonto un lápiz, por lo que, como no podía ser de otra forma, he disfrutado de esta fiesta todo lo que he podido y más.
Y creedme que la estiran todo lo que pueden. De hecho, desde la semana pasada se celebraban fiestas clandestinas bajo el nombre Unofficial St Patrick's Day, donde básicamente se hacía lo mismo que este finde, pero a un precio más asequible.
La verdad es que el día tiene su gracia. Todo comienza muy temprano. A las 8 de la mañana hay fiestas programadas por toda la ciudad, y desde las 9 y media tiñen el río de verde para que le de tiempo a verlo a los borrachuzos más precoces. A las 12 de mediodía ya es fácil encontrarse con gente tambaleándose por las calles del centro, buscando alcohol hasta en los parterres que ya se empiezan a vislumbrar bajo la nieve derretida. Eso sí, en la calle no se bebe. Puedes ir a un bar y ponerte hasta el gorro de cerveza, pero si sales a la calle, con tu vasito del Starbucks, por si las multas.
A las 4 de la tarde ya se empieza a retirar la gente, pero eso para nosotros no es un problema. Esperamos pacientes en nuestra casa a que se haga un poco más de noche (jugando a las cartas y bebiendo zumitos), y nos ponemos en marcha para la second round. A ver si aprenden un poco los americanos leñe, que un día de fiesta no tiene por qué acabarse etílico antes del almuerzo!!
Cabe destacar que este fin de semana hemos tenido un fichaje muy especial. Nuestro querido delegado y becario de vinos de Toronto, Hector, ha decidido unirse a nuestras filas para la ocasión. Esperamos que Chicago no haya defraudado, Hector!!
Los días de fiesta sólo tienen una forma de terminar bien: en el McDonalds. Así que tras un duro día de locura, desenfreno y descontrol, nos dirigimos hacia allí para pelearnos a muerte por una mesa, comernos nuestra big mac de rigor, y marcharnos a dormir con la sensación de haber vivido uno de los días más locos de nuestra experiencia chicaguense.
La semana que viene nuestra aventura se dirige de nuevo hacia tierras sureñas. Miami, there we go!! En próximos posts contaré como ha ido la experiencia.
Un abrazo!